Caras que construyen… Paolo


«¿El Meeting? Es una casa abierta, abierta de par en par al mundo, una mina de piedras preciosas». Para Paolo, que ha participado desde la primera edición, el Meeting no es solo una cita anual, sino una parte esencial de su vida. Un lugar donde ha vivido «encuentros, exposiciones, espectáculos que han enriquecido mi vida, abriéndola al universo».
En el relato de Paolo, el Meeting se convierte en una ventana al infinito, un espacio donde el encuentro con la humanidad —en todas sus facetas— se vuelve una experiencia concreta y transformadora. «Santos como San Juan Pablo II o Santa Teresa de Calcuta, artistas como Congdon e Ionesco, Eric Emmanuel Schmitt, personalidades de otras religiones como Joseph Weiler o Wael Farouk», cuenta, «los he conocido personalmente. O a través de las exposiciones, como las dedicadas a Paolo Takashi, el juez Livatino o Etty Hillesum. Hombres y mujeres que se han convertido en compañeros de camino en mi vida».
Este camino encontró un punto de inflexión en 2006, cuando Paolo decidió pasar de ser visitante a convertirse en uno de aquellos que construyen, animan y hacen posible el Meeting: los voluntarios. Comenzó en el PreMeeting y luego se sumergió en la experiencia del Restaurante Trentino, que define como «una experiencia comunitaria extraordinaria que dejó una huella profunda en quienes la vivieron. Después de quince años, todavía hay quienes preguntan: ¿cuándo lo repetirán?».
Desde 2011, Paolo es un voluntario fijo en el área de Restauración, un ámbito que para él es mucho más que un simple servicio. «En los últimos años se ha convertido en un compromiso apasionante que continúa durante todo el año», comenta con entusiasmo.
Para Paolo, el Meeting es un poderoso símbolo de una posibilidad concreta: la de la convivencia, el encuentro auténtico, la construcción de algo nuevo en medio del desierto de nuestro tiempo. «El Meeting es la prueba concreta de que es posible una verdadera amistad entre las personas y entre los pueblos. Es una mina de piedras preciosas, de tierras raras, de energías renovables, una fábrica de ladrillos nuevos con los que construir en el desierto y edificar un mundo nuevo».
Y es precisamente esto lo que lo hace tan atractivo, tan sorprendente para cualquiera que se acerque. «Todos, absolutamente todos: hombres, mujeres, niños, familias, pueden encontrar en el Meeting algo para sí mismos; todos los que conozco que han pasado por el Meeting han quedado sorprendidos y conquistados por la “fiebre de vida” que allí se respira y se palpa. Para mí, es una forma altísima de testimonio y misión que podemos ofrecer al mundo».
De aquí nace un llamado sentido, con el sabor de una responsabilidad compartida: «es importante, diría incluso fundamental, sostenerlo; es como la construcción de las catedrales medievales, a las que el pueblo, la gente sencilla, dedicaba sus energías, porque alrededor de ellas florecía la vida de cada uno y de todos».
La historia de Paolo hace del Meeting un lugar vivo, humano, necesario. Un taller de sentido que, año tras año, sigue generando belleza.