A cargo de Ubaldo Casotto
Promovido por Fondazione Costruiamo il Futuro e Fondazione Censis

“Existe dentro de su voz tanto de aquel explosivo que por sí solo bastaría para volar los edificios de nuestra tranquilidad“. 
Carlo Bo 

150 años después de su nacimiento (1873) Charles Péguy nos ofrece un testimonio de lo que significa vivir en una fase de “cambio de época” sin renunciar a ser protagonista de su propio tiempo.
El Papa Francisco define significativamente la nuestra como, “no una época de cambio”, sino una fase de “cambio de época”, caracterizada no sólo por la transición de una economía industrial a una economía digital, con todas las consecuencias en la vida de las personas y de los pueblos que ello conlleva, sino sobre todo por la pérdida de certezas morales y valores culturales que ya no se reconocen como tales.
Péguy vivió una situación idéntica, en el cambio de los siglos XIX y XX (“El mundo ha cambiado en la última década más de lo que ha cambiado desde Jesucristo”), en la transición de Francia de una economía campesina y artesanal a una economía industrial y en el inicio del proceso de descristianización en favor de una cultura y una ideología de progreso que erosionaron la experiencia del pueblo, cortando los puentes no sólo con la tradición católica (‘Debemos sufrir el dolor de ver mundos enteros, la humanidad entera vivir y prosperar después de Jesús. Sin Jesús”), sino también con el legado cultural y de civilización que la historia entrega a cada generación (“De hecho, es la primera vez en la historia del mundo que un mundo entero vive y prospera, parece prosperar, contra toda cultura”).
Es lo que Péguy llama el advenimiento del “mundo moderno”.
En la impresionante obra de Péguy -de la que ya se dio cuenta en una exposición en el Meeting de Rímini en 2014 con motivo del centenario de su muerte (“Historia de un alma carnal”, a cargo de Pigi Colognesi) – se ha excavado un camino que parte de la idea de “Ciudad armoniosa”, título de uno de sus libros escritos en el periodo socialista y ateo, que como un hilo conductor atraviesa toda su vida, su pensamiento, su compromiso político y su actividad editorial. No se trata pues de un proyecto, ni mucho menos de un “programa” (palabra que Péguy despreciaba), sino sus fundamentos. Péguy, hablando de su cristianismo, no acepta la palabra conversión, dice que la suya fue una ‘profundización’, un ir hasta el fondo.
Von Balthasar está de acuerdo con él, y escribe de él: “nunca se ha hablado tan cristianamente”.
La exposición propone, pues, no un análisis de su pensamiento social, inevitablemente fechado sobre todo en sus proyecciones utópicas, sino la fuerza de los interrogantes que plantea, los problemas que pone de relieve, la conmoción del escándalo que puede provocar, la esperanza que transmite. Porque, como él mismo, pero sin hablar de sí mismo, “una gran filosofía no es la que pronuncia juicios definitivos […] es la que introduce una inquietud, la que provoca una sacudida”.
En 1976, se celebró en Lecce una conferencia titulada “Péguy vivant”. Se siente tan presente a los problemas, angustias e interrogantes del hombre y la sociedad contemporánea que se inspirado en ese título y el encargado se tomó la libertad de entrevistarle. Las preguntas son del encargado, las respuestas están rigurosamente construidas con sus propias palabras.